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La profunda mirada de uno mismo desde I'm Thinking of Ending Things | Reseña

  • Foto del escritor: Daniel Rojas Chía
    Daniel Rojas Chía
  • 21 nov 2020
  • 4 Min. de lectura

La nueva película del director, guionista, novelista y productor de cine Charles Stuart Kaufman nos propone cuestionarnos acerca de aspectos profundos y trascendentales, valiéndose de recursos que el cineasta ya ha explorado anteriormente en films como Synecdoche, New York (2008).


La contemplación del séptimo arte es un ejercicio en el cual el espectador se permite adentrarse completamente en la imagen y desligarse del mundo que atrapa la realidad y que hace pensar en alternativas diferentes a la cotidiana, para luego regresar cuando la luz se enciende y la puerta de salida se convierte en una puerta de entrada a la realidad que se deja por un tiempo.


En todo caso, parece ser que son visiones egoístas que promueven el espectáculo solo como tal, sin darse cuenta de la construcción de todo lo que se encuentra detrás, ya que como nombra el escritor, situacionista y teórico político francés Guy Debord: "Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación".


Somos lo que caminamos entre dos puntos, somos la construcción de pequeñas parábolas que fabricamos como propias en un loop eterno que solo emite la costumbre que adiestra nuestros sentidos para crear una realidad dentro de un inconsciente colectivo, como nos lo recuerda brutalmente Kaufman, hasta dejarnos cada vez más afuera del hoyo del conejo.

En I’m Thinking of Ending Things se muestran los engaños y desengaños de nuestra propia capacidad de soñar, vemos cómo se tiene la mente acostumbrada a percibir un mundo de manera general y cómo nos cuesta entender algo diferente que nos incomoda y nos cuestiona, pero al mismo tiempo que puede complicar una cotidianidad que parece ser poco apta para un público en general.


La cinta inicia bajo una estética romántica y amable en la que se construye la idea de una historia de ese tipo, pero no existe tal historia realmente, solo se retoma una representación de lo que percibimos como una historia de amor cuando en realidad nos embarcamos en un viaje que nunca comenzó o que tal vez se convirtió en la observación del tránsito de toda la vida de una persona.


El director de películas tan peculiares como Synecdoche, New York (2008) y guionista de otras como Being John Malkovich (1999) y la icónica Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004), entre otras, nos ofrece nuevamente una perspectiva diferente y liberadora del cine.


El neoyorkino demuestra lo acostumbrado que el espectador está hacia las historias que, desde niños, se nos muestran como lineales, amables y “buenas” hasta que hacen parte del subconsciente y delimitan lo que busca consumir un grueso de la población, como lo demuestra al introducir una historia común dentro de la película, recordando el confort del consumo promedio y acostumbrado.


Las imágenes que se construyen entre exigentes metáforas literarias y diálogos trascendentales en planos que se resignifican constantemente en la pantalla, hacen que se transmitan constantes mensajes en cada escena, en las que se evidencia que el film se construyó cuidadosamente desde el guion, el cual se encarga de no desarrollar una línea narrativa clara, ya que salta sin reparo en distintos tiempos dentro del mismo espacio, evitando dejar claro el camino del espectador para que él mismo lo formule y lo construya desde sí mismo.

Una de las muchas cosas interesantes de I'm Thinking of Ending Things trata de las muchas interpretaciones a que la cinta puede dar lugar y las diversas lecturas que la película propone, contribuyendo a estar un poco más cerca de ese mito de la libertad con la que cuenta el espectador cuando elige ver una cinta.


También encontramos las diferentes transiciones que dentro de un mismo espacio logran una historia distinta en cada movimiento de la cámara; y el tiempo, como concepto transgresor para llegar a esa sensación de locura y frustración en donde poco a poco se deja delimitar el protagonista cuando en la mayor parte de la cinta parecía ser "ella”.


Es difícil hablar de una cinta sin spoilers en la que los personajes son muy bien creados y los actores los desarrollan brillantemente dentro de la complejidad de la historia para ver su profunda belleza. Es importante resaltar que vale la pena estar más empapado de la trayectoria del director y guionista de cine para estar más familiarizado con su estética.


Mientras tanto, es posible admirar las grandes actuaciones desde todos los frentes de los personajes, la buena puesta en escena y los bien logrados escenarios que transitan sutilmente desde géneros como el drama romántico, el terror y la comedia de la ironía.

Es interesante observar cómo los espacios transmiten sensaciones que potencializan los momentos en que la posible conciencia de Jake (Jesse Plemons) reconsidera su existencia, sus anhelos o sus profundas frustraciones como el caso del espacio del automóvil, rodeado de tormentas que nublan una visión clara de las cosas que se ponen en frente de la vida de cada uno. Un personaje como Lucy (Jessie Buckley) que se construye fluidamente entre cuestionamientos de toda una vida, logra instaurar una angustia entre querer escapar y tener que aprender que la vida es una corriente de posibilidades que se van si no se toman.

Las miradas a la cámara de Lucy en momentos clave, invitan al cuestionamiento del propio espectador, para que permita que la lógica preestablecida de cada uno no imponga un sentido al verla y se siga debatiendo entre lo que es real o no, cuando nada lo es. Las imágenes repetitivas como recuerdos vagos dentro de la memoria nos indican que solo somos recuerdos que se mueven constantemente en nuestra memoria; como la imagen del perro de Jake, las transiciones dentro de la realidad y el subconsciente, el envejecer que se remite como transgresor desde el concepto del tiempo, la frustración, el miedo al fracaso y el imaginarse cómo sería si se condensan todos estos en una película de elaborados planos donde cada uno puede interpretarla a su parecer y en donde esta también se asemeja al momento sublime de una persona antes de morir.


Las múltiples visiones e interpretaciones de la película, son lo que hacen de la cinta de Charlie Kaufman algo maravilloso y emocionalmente complejo de ver, ya que nos regala una postal icónica como la de ese automóvil enterrado en la nieve, haciendo parte del paisaje, como los recuerdos que se mimetizan con el tiempo. Una película para ver con uno mismo varias veces, e intentar no asustarse de lo que pueden causar las ideas sin cumplir en nuestras vidas.

 
 
 

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