Los domingos mueren más personas | Reseña
- Manuel Rodríguez
- 27 dic 2024
- 2 Min. de lectura

Los domingos mueren más personas (2024) es el nuevo largometraje de ficción del director Iair Said, previamente conocido por dirigir un cortometraje con el título de Presente Imperfecto (2015) y el documental Flora no es un canto de vida (2018). En concordancia con sus anteriores obras, el director continúa explorando los temas del conflicto familiar, la muerte y las aspiraciones personales.
Ahora, aunque Los domingos reanuda estos intereses temáticos, añade de fondo un tono cómico que aligera el peso de los acontecimientos. En efecto, a pesar de que la película se mantiene en un plano incontestablemente realista, algunas escenas parecen sacadas del cine de Roy Andersson. Esta impresión no parece totalmente fortuita, en especial cuando los personajes son arrojados a un mundo frío y desinteresado al que solo sus corazones congelados y un poco de comedia pueden hacer justicia. Precisamente por eso sería desafortunado describir esta película como la presentación de dos fuerzas que se oponen. Estrictamente hablando, los personajes no se oponen al mundo porque el mundo no busca activamente su destrucción. Más bien, habría que entender que frente a la indiferencia de las cosas que suceden, que no parecen tener ningún motivo y no se contraponen ni compaginan con los deseos o las aspiraciones personales, los personajes han asumido una posición igualmente indiferente, pero matizada con ironía.
Tómese de ejemplo el momento en el que el personaje principal, David (Iair Said), intenta robarle un beso a su profesor de conducción en mitad de una lección. En esta situación no da risa solo el hecho de que David haya escogido probablemente el peor momento para mostrar su interés, sino que después de que lo rechazan (por segunda vez) con una cachetada, no hay una respuesta emocional al respecto. Lo siguiente que vemos es que David está en la casa de su madre tratando de aliviar el dolor con un paquete congelado de salchichas. En Los domingos abundan los momentos en los que los personajes erigen su propia indiferencia frente a un mundo que hace mucho dejó de interesarse por ellos.
Hay entonces un impulso ligeramente contestatario al que el tono cómico-austero corresponde como arma principal. Por ejemplo, ante la inminente muerte de su padre, la película aligera la situación al situar a David con los labios pintados de un azul brillante y un cuello ortopédico que suaviza de alguna manera su semblante. Es notable entonces que la película no está exenta de momentos de ternura, y deja la posibilidad de encontrar un poco de calor en los más cercanos cuando el mundo alrededor se ha apagado.
El espectador puede esperar un mundo en el que los azules en sus diferentes expresiones predominan, y a unos personajes que se estrellan contra sí mismos en esa monocromía, pero de fondo (como aparece ocasionalmente la banda sonora) encontrará una sonrisa reaccionaria alimentada de un amarillo cálido.
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