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Wings: La primera ganadora como Mejor Película en los Premios Óscar | Reseña

  • Foto del escritor: Andrés Felipe Herrera
    Andrés Felipe Herrera
  • 15 sept 2020
  • 3 Min. de lectura

Tenía pocas expectativas, o no tenía, con Wings (1927), aclamada película ganadora del primer premio a Mejor Película otorgado por la Academia estadounidense de las Artes y las Ciencias Cinematográficas. El blanco y negro, el cine mudo, la pantomima en exceso que daba por sentada, el realismo de los efectos especiales actuales y en general un desdén infundado y carente de humildad por las producciones antiguas me hicieron tomar esa posición.


Pero Wings, además ganadora del extinto premio de Mejores Efectos de Ingeniería, fue para mí una sorpresa absoluta, una bofetada que recibí con agrado por una historia que me mantuvo atento las dos horas, con un final delirante. En general me deja la impresión de ser una producción que refleja fielmente su época y al tiempo es totalmente futurista.

Wings es un testimonio de las primeras décadas del siglo XX en Los Estados Unidos, que vive sus días de bonanza industrial, lidia como hoy con el fenómeno de la inmigración y al tiempo se prepara para la Primera Guerra Mundial. El desarrollo económico trajo consigo un progreso en su industria del arte y la cultura, lo que a su vez reflejó un sentimiento patriótico, muy evidente en la película, y en el floreciente rubro del cine en general.

Hollywood fue el escenario ideal para expresar ese nacionalismo y películas como Wings enmarcan todos los valores y circunstancias de una sociedad en auge, en reconocimiento de un sistema económico que sustentaba un desarrollo sin precedentes, con manifestaciones como la construcción de fortunas y empresas que al día de hoy subsisten como estandartes de su población.

Pero primero que todo es una película de amor y guerra. Despliega toda la barbarie de la contienda, el desperdicio de toda una generación y ambientaciones propias de la coyuntura de esos días como los cabarettes inconfundibles de la Belle Époque en París, ese período de transformaciones que daban la bienvenida a la ciencia, la tecnología y la cultura.  Wings podría ser perfectamente la historia de Ernest Hemingway.

Otro aspecto a resaltar de su carácter testimonial es la preparación y el nivel de detalle de las escenas de guerra que parecen más un documental histórico. Es evidente la mano de su director William Wellman, ex-piloto de aviación, que logra dar un sentido increíble de realidad para su época a las secuencias de combate, y sobre todo, a la representación de maniobras de aviones y tomas aéreas en general.  

Sin diálogo, los giros de la trama se manifiestan muchas veces en los arreglos orquestales de tono y ritmo, con una total preferencia por los instrumentos de viento, particularmente el clavicordio, los fagots y el acordeón, lo cual brinda un amplio espectro que va de las situaciones pintorescas a los escenarios sombríos.

En 1927, Wings desafía además todas las convenciones sociales y se proyecta a futuro con escenas que incluyen besos entre hombres, desnudos y un final totalmente inesperado, al mejor estilo de una tragedia de Shakespeare. Si logra superar los prejuicios hacia un foto-montaje totalmente diferente al que conocen las generaciones recientes, Wings lo va atrapar con su trama simple de final áspero, y quizás, como en mi caso, será el umbral a un inmenso número de producciones que descartaba por prejuicios. Queda además un buen sabor de boca por haber visto la película que arrancó una tradición que todavía -en algún grado- todos compartimos.

 
 
 

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